Síntesis de los resultados
Fotografía que documenta la actividad escultórica de Eudald Serra, tomada con toda probabilidad la tarde del 5 de enero de 1956, en la planta superior de la Oficina de Intervención de Chauen. La persona que hacía de modelo para Serra era un joven activista anticolonial, un «prisionero nacionalista», identificado como Lahadar ben Kaddur ben Milud [sic]. La fotografía, así como la escultura resultante (MEB 46-2) y otros clichés complementarios (MEB F001UD068 2629, MEB F001UD068 2630 y MEB F001UD068 2631) señalan la connivencia existente entre la práctica científica y artística del MEC y la administración colonial española, convirtiéndose así en un ejemplo relevante de la violencia intrínseca que acompañaba a este tipo de tareas pretendidamente objetivas y altruistas.
Reconstrucción cronológica de la procedencia
Se trata de una fotografía tomada por August Panyella para documentar la actividad escultórica llevada a cabo por Eudald Serra en el marco de las expediciones del MEC a la zona norte del Protectorado español sobre Marruecos. En este caso, podemos datarla con precisión: en sus diarios, E. Serra indica claramente que, en el marco de la tercera expedición (1955-1956), los miembros del MEC llegaron a Chauen el 5 de enero, y que allí efectuaron una «visita al interventor teniente coronel Casas y al Sr. Pereda, que nos dan permiso para visitar la cárcel. Por la tarde visita a la cárcel. Escojemos [sic] un tipo de la zona francesa tocando a la española» (Serra, Cuadernos de viaje, 1947-1991). Ciertamente, esta información no es lo suficientemente aclaratoria, pero, a continuación, Serra aporta otros datos que sí permiten situar el contexto: «Instalo mi taller en la intervención, en el despacho del topógrafo. Ventanas altas y buena luz» (Serra, Cuadernos de viaje, 1947-1991).
Para acabar de cerrar el círculo de la trazabilidad del cliché, hay que remitirse a los diarios de Panyella en las mismas fechas. En ellos, el director del MEC indicaba que, en el marco de la tercera expedición, Serra había elaborado dos bustos en Chauen: uno de un mehazní de cuarenta y dos años fumador de kif [sic], denominado Sidi Abdelá ben Sidi Abderrahmán, y otro de un prisionero nacionalista de una cabila próxima a Uxdá, identificado como Lahadar ben Kaddur ben Milud [sic] (MEB L128 07 02). Es la acción combinada de estos datos la que permite llevar a cabo, desde nuestro punto de vista, una trazabilidad bastante certera.
En primer lugar, la Oficina de la Intervención en Chauen, el despacho del topógrafo. El cliché muestra un espacio diáfano, de techos elevados, con mapas colgados en las paredes y planos enrollados, lo que se corresponde a la perfección con la descripción hecha por Serra. Por otro lado, el hombre que sirve de modelo en el cliché parece un joven que de ninguna manera ha llegado a la cuarentena, con ropas desgastadas, lo que también concuerda con una hipotética condición de prisionero nacionalista. Debemos entender, como veremos más adelante, que el clima político durante el mes de enero de 1956 se había enrarecido mucho, y que la campaña nacionalista y anticolonial empezaba a hacer estragos, también en la zona española, lo que justifica que las cárceles estuvieran llenas de combatientes. El hecho de que, además, en el cliché que nos ocupa, el modelo estuviera acompañado de dos soldados, uno de ellos —a la derecha— con el uniforme de la Mehala Jalifiana, una unidad militar indígena creada por el Ejército español, hace pensar que el hombre era custodiado mientras servía de modelo, y que una vez acabada la tarea, lo devolverían a la cárcel.
Hay todavía un último elemento que refuerza esta hipótesis. En el archivo fotográfico del MuEC se conservan tres fotografías más (de cara, de perfil y en contrapicado), del hombre retratado en el cliché n.º 2768: se trata de los clichés MEB F001UD068 2629, MEB F001UD068 2630 y MEB F001UD068 2631 (arriba, por este orden). Al margen de que en dichos clichés podamos captar mejor el desgaste de la ropa del prisionero y, en el caso del 2630, una montaña al fondo perfectamente identificable como paisaje de Chauen, la naturaleza ambigua de las fotografías, a medio camino entre el estudio artístico y la ficha de identificación policial, creemos que ilustra de manera nítida la violencia que acompañaba a las actividades artísticas y/o científicas bajo el dominio colonial. Frente a la resistencia a colaborar en una tarea que probablemente era percibida por la población del protectorado como un instrumento más de una estrategia de control, a los expedicionarios no les quedaba más remedio que recurrir a las autoridades militares coloniales e imponer por la fuerza el sistema de modelos. El rostro, entre resignado, triste e interesado del joven prisionero de la colonia española, es un buen ejemplo de las contradicciones en que incurre el ideario presuntamente altruista y objetivo de una ciencia, en realidad, al servicio de la dominación colonial.
En definitiva, lo más significativo de la fotografía, es que ilustra las actividades escultóricas de Serra en el marco de las expediciones a la zona norte del Protectorado español sobre Marruecos, en especial el recurso a las «instituciones totales», es decir, a los espacios de confinamiento donde, por su naturaleza, tenían cómodo acceso a una serie de modelos que en otros contextos se resistían a las demandas de los expedicionarios.
No nos consta que la fotografía en cuestión haya sido utilizada en ninguna de las exposiciones que el MEC/MEB/MuEC ha dedicado a Marruecos a lo largo de los años, a excepción de en el reciente informe de López Bargados, A. i Martín López, S. (2022). Entre zocos e internados. Itinerarios y procedimientos en las expediciones del Museo Etnológico y Colonial de Barcelona al Protectorado español sobre Marruecos (1952-1956). Ayuntamiento de Barcelona.
Si la investigación de procedencia es correcta, la fotografía fue incorporada al fondo del MEC a partir del 25 de enero de 1956, como el resto de fotografías de la colección.
Contexto de adquisición
«La joya de la corona de las actividades científicas a las que contribuían las campañas de Marruecos eran las “esculturas antropológicas” que modelaba Eudald Serra, compañero infatigable de Panyella, entre otras, en las expediciones al protectorado. Serra, un personaje cosmopolita con una larga experiencia personal en Japón (Huera i Soriano, 1991: 10) y otros países asiáticos, aportaba a la expedición —al margen de otros intangibles— la excelencia de su técnica escultórica, capaz de llevar a cabo representaciones extremadamente fieles de la fisonomía humana. En un contexto en el que la captación fidedigna de los rasgos fenotípicos se consideraba de enorme utilidad para la determinación de las identidades raciales y para la configuración de una retórica frenológica, los bustos elaborados por Serra añadían un incuestionable interés artístico que hacía de ellos piezas destacadas de cualquier expedición. […]
»Serra, que a menudo poseía una agenda propia en el marco de las expediciones —en la primera expedición, de 1952, se desplazó por ejemplo a Tánger, mientras Panyella se quedaba en Tetuán, encargado del embalaje de los bultos y demás preparativos para su retorno—, fue aumentando sus actividades escultóricas a medida que se sucedían las expediciones, en consonancia con el reconocimiento creciente que adquiría su trabajo. Así, mientras en la primera expedición solo realizó dos bustos, el número aumentó a cinco en 1954 y, finalmente, a siete nuevas esculturas en 1956 (Arxiu Panyella-Amil, MEB, caixa A7, expedient 5). En total, y más allá de las pruebas fallidas y de los encargos destinados a otras instituciones, Serra produjo catorce “esculturas antropológicas” sobre Marruecos durante los años del protectorado. El procedimiento era lento, caro —Serra era convenientemente retribuido por cada una de ellas— y extremadamente laborioso, porque el escultor era muy exigente en su búsqueda de: “… individus ben representatius, sense mestissatges amb altres pobles” (Huera i Soriano, 1991: 10), un deseo de pureza que, al menos en el protectorado, y como veremos seguidamente, se vio complicado por la dificultad para obtener el consentimiento de los/as modelos. En cualquier caso, las referencias al conjunto de iniciativas necesarias para la elaboración de esas esculturas ocupan numerosas páginas y fotografías en el archivo que actualmente aloja el MuEC, por lo que resulta relativamente fácil documentar las circunstancias en que aquellas se llevaron a cabo. En la memoria correspondiente a la tercera y última expedición al protectorado, en 1956, Panyella se detenía a describir alguna de esas circunstancias, poniendo cuidado en subrayar la respuesta que había dado a los eventuales problemas éticos que pudiera suscitar semejante actividad:
“La labor del escultor antropólogo de la expedición, Sr. Serra Güell, ha sido de siete cabezas de hombres y mujeres de características raciales muy acusadas. Todos los modelos han sido escogidos por nosotros entre grupos numerosos, labor facilitada por las autoridades españolas, que pusieron a nuestra disposición formaciones de marroquíes de las fuerzas armadas y la policía y de las prisiones, lugares donde es más fácil vencer la resistencia de los musulmanes a dejar reproducir su efigie en escultura, salvando la prohibición coránica que, para evitar la idolatría, prohíbe la escultura. Debemos hacer constar que en ningún caso se ha forzado el consentimiento del interesado y que a todos los modelos se les ha gratificado […]. El capítulo de las mujeres, más difícil aún, se ha salvado buscando los modelos en la cárcel, el reformatorio y las casas públicas, lo que ha permitido obtener tres esculturas seleccionadas a las que se ha dedicado mucha atención y paciente labor, comprobando uno a uno los rasgos faciales, tanto los óseos como los de las partes blandas, así como las disimetrías y pequeñas deformidades personales normales, con lo que se ha obtenido una extraordinaria fidelidad antropológica y fisiognómica, aunada a un suave soplo artístico que les da vida” (MEB L128 07 01).
»Merece la pena detenerse en este fragmento. Como en una ocasión señaló con lucidez Achille Mbembe (2001: 28), uno de los rasgos de la violencia colonial era su miniaturización, su tendencia a emerger, hasta hacerse detectable, en los detalles más pequeños, en las situaciones más concretas e incluso banales. La naturalidad con la que Panyella describía el ejercicio de esa violencia, en aras de la ciencia y el arte, es significativa, pues resaltaba en distintos planos encadenados la intensa compresión a la que se veían sometidas las sociedades colonizadas. Es cierto que la necesidad que Panyella manifestaba de subrayar el consentimiento sincero de los/as modelos denotaba precisamente que él mismo albergaba algunas dudas sobre la honestidad del proyecto. He ahí un ejemplo, si se quiere, que demuestra que el proceso mismo no se había naturalizado por completo, que existían fisuras que Panyella sólo acertaba a rellenar con una mención explícita a las gratificaciones de que eran objeto los/as modelos. En efecto, en la documentación conservada de las expediciones se acreditan una y otra vez esos pagos, las remuneraciones que recibían los/as modelos, y no parece que ninguno/a de ellos/as quedase al margen de las retribuciones. Ahora bien, que esa remuneración, por justa y cabal que pareciese en el marco salarial del protectorado, constituyese una garantía por sí misma del pleno consentimiento de los/as seleccionados/as, eso es harina de otro costal.
»De hecho, la prueba más convincente de que los/as modelos eran por lo general reacios/as a posar para Serra la encontramos en los diarios de este último, trufados de comentarios decepcionados ante la incomparecencia de tal o cual modelo apalabrado previamente. Véanse, por ejemplo, las notas del 4 de noviembre de 1952:
“Por la mañana voy en busca de modelo, encuentro una rifeña de unos 35 años […]. Fusta, el modelo que esperaba hacer, tampoco está. La muchacha de servicio del hotel, que también estaba fichada, tampoco está. Me entero que en la Mejala hay un soldado indígena rubio. Llamo al capitán Sobrino. Lo localizo en casa del teniente coronel de los Mejalas. Le pregunto si puede ayudarme en conseguir este modelo. Lo consulta con el T.C. [teniente coronel], me dice OK y que me presente al día siguiente al cuartel” (Serra, Cuadernos de viaje, 1947-1991).
»Alguien podría suponer que se trataba del típico error del principiante, lego en asuntos marroquíes, y que las reticencias de los/as modelos disminuirían a medida que Panyella y Serra adquirían las necesarias competencias culturales. Pero no fue así. En la tercera expedición, el 18 de enero de 1956, las cosas no parecían haber mejorado:
“Por la mañana no viene, por la tarde intento localizarla, pide 200 pesetas para quedarse el resto del día. Considero que es una mala pasada, y que no vale la pena continuar” (Serra, Cuadernos de viaje, 1947-1991).
»Podemos, como hacía constantemente Panyella, invocar reglas culturales inmanentes y aceptar que: “… la mayor dificultad estriba en la extraordinaria prevención musulmana a que el cristiano entre en su hogar, y especialmente a que vea las mujeres”. De hecho, esa era la razón que los expedicionarios aducían para decantarse, desde su primera estancia en Tetuán, por contactar con mujeres de mala vida en sus periódicas visitas al barrio moro. Así, el 14 de octubre de 1952, al día siguiente de su aterrizaje en la capital del protectorado, Panyella consignaba en su diario de campo algunas observaciones significativas sobre el barrio chino tetuaní:
“Casas distintas del barrio comercial. Tabernas prostíbulos […]. Uno de ellos con una ventana en el piso alto por la que solo puede asomarse la cabeza. Al pie, en la puerta, una cabileña —rifeña— tatuada, al observar nuestras miradas, se baja el vestido sin mangas, debajo del que no llevaba nada, mostrándonos los senos firmes y tatuados. Rehúsa que se le haga una foto. Hay muchas españolas también dedicadas, y algunas judías” (MEB L128 05 02).
»Como en el caso del Protectorado francés vecino —donde en Casablanca se llegó a convertir todo el barrio de Bousbir en un gigantesco prostíbulo, una auténtica zona de internamiento—, las autoridades del Protectorado español habían intentado vanamente controlar el trabajo sexual. La combinación de la abolición de la esclavitud a inicios del siglo XX y el desarraigo y miseria provocados por el cataclismo de la ocupación colonial había abocado a numerosas mujeres al trabajo sexual en las ciudades o junto a las guarniciones militares. Esa explosión incontrolada de la prostitución constituía un problema sanitario y de orden público para la administración, tanto por la expansión de las enfermedades de transmisión sexual entre la tropa como por la frecuencia e intensidad de las peleas que tenían lugar en las casas de lenocinio, donde el trabajo sexual se mezclaba a menudo con el consumo excesivo de alcohol. En Tetuán, la administración española había tratado por su parte de prohibir el ejercicio de la prostitución en el espacio público y confinarlo en ciertos barrios, como el de Al-Saniya (o Sania), junto a la kasbah, o en áreas periféricas como Selaui, mientras una orden emitida justamente en 1952 aumentaba a doce los prostíbulos oficiales de la ciudad, con la esperanza de someterlos a control (Etxenagusia Atutxa, 2018: 194). Como decimos, esa voluntad de control fue en vano, porque el trabajo sexual campó a sus anchas, aunque fuera de manera discreta y en cierto modo clandestina, en bares y cafés que se hallaban al margen de los barrios indicados. En el marco del Protectorado español, y de modo parecido a como sucedía en el resto de las colonias norteafricanas, el ejercicio y gestión de la prostitución permitía vislumbrar una “impactante radiografía de la situación colonial” que experimentaba las tensiones provocadas por “una combinación insólita y explosiva de racialismo, capitalismo y moralismo” (Taraud, 2003: 2).
»Ahora bien, en el caso de las campañas del MEC al protectorado, la decisión de visitar las casas públicas a la búsqueda de modelos femeninas que se prestasen a posar para Serra no fue una feliz casualidad descubierta ante las reiteradas negativas de otras candidatas carentes del estigma de las trabajadoras sexuales, ni tampoco una solución de compromiso escogida de modo improvisado. Existían, evidentemente, reticencias de parte de las mujeres contactadas a ser retratadas por el escultor español, pero atribuir esa resistencia únicamente al celoso código del honor marroquí supone encubrir la compleja situación ante la que se veían las mujeres que recibían la oferta de los expedicionarios, el marco colonial en que tenían lugar esas interacciones, en condiciones de profunda desigualdad estructural. Desconocemos si Serra había acumulado experiencia previa al respecto en su largo periplo asiático, pero, al menos en el caso de las expediciones al protectorado, el recurso a las trabajadoras sexuales como modelos fue sistemático y deliberado, y se produjo a lo largo de las tres campañas, en todas las ocasiones en que eso fue posible. En diciembre de 1955, con ocasión de la tercera expedición, y recién llegados a Tetuán, Panyella y Serra se fueron una vez más de visita al “barrio de la kasbah” (La Sania, con toda probabilidad), para tomar “un te [sic] con las chicas de la casa que las tiene mejores [e iniciaron] la contrata de una de ellas, de rasgos algo negroides” (MEB L128 07 02).
»Quien refiere de forma más explícita esos encuentros en los prostíbulos, el auténtico pase de revista que hacían los expedicionarios, examinando los rasgos de las posibles candidatas a la búsqueda de la tipología racial adecuada, es el propio Serra, lacónico y pragmático, quien en sus diarios describía cómo, asqueado de no dar con las modelos adecuadas entre las jóvenes que le presentaba Maimon, el ordenanza del Museo Arqueológico, salía a la calle para recorrer el barrio de la kasbah, a la caza de una joven dispuesta a posar (Serra, Cuadernos de viaje, 1947-1991). Una nueva alusión al tema en sus diarios, esta vez con ocasión de la visita que realizaron a Xauen el 5 de enero de 1956, revela que esas visitas no se circunscribían al barrio de la Sania:
“Acompañados por el Sr. Adolfo [?] visitamos las cuatro o cinco casas de prostitución en busca de modelo. Solo una sirve, y es de la zona de Arcila (Atlántico) […]. Las muchachas, en general, intocables. Instalo mi taller en la intervención, en el despacho del topógrafo. Ventanas altas y buena luz” (Serra, Cuadernos de viaje, 1947-1991).
»Sea como fuere, el recurso a las trabajadoras sexuales estaba plagado de inconvenientes, y aunque los expedicionarios lo explotaron a conciencia, son frecuentes las muestras de decepción tanto de Panyella como de Serra al respecto. Una de estas, tal vez, nos aclara sobre el sentido y circunstancias que explican ese sentimiento constante de frustración. En la expedición de 1956, Panyella dirigía una carta a Inocencio Recio Ferreras, quien previsiblemente trabajaba en la Intervención de Alhucemas, excusándose por no haberse despedido de manera conveniente de él:
“Le ruego nos disculpe por habernos marchado sin despedirnos, pero ello fue debido a una decisión repentina al no querer aceptar una mala jugada que nos hizo la dueña de la casa, que sin querer recibirnos nos pedía una cantidad cuádruple a la que se paga en España por la modelo que nos prestaba. No nos parecía discreto reclamar ni entablar discusión, de manera que deshicimos el trabajo hecho por la mañana y salimos a las tres de la madrugada” (MEB L128 07 06).
»En definitiva, se trataba de un problema de disciplina. Por bien que abocadas a una actividad estigmatizada, y en situación de enorme vulnerabilidad ante las extralimitaciones de los eventuales clientes, militares en su mayor parte, las trabajadoras sexuales —en realidad, las responsables de los prostíbulos— disponían pese a todo de suficiente margen de maniobra como para rechazar las ofertas de los expedicionarios, para tratar de imponer sus propias condiciones en una negociación que, por lo general, no era bien recibida por aquellos. No había, por encima de ellas, una autoridad que les obligase a acatar decisiones negociadas a sus espaldas. Es por ello que la mayor parte de las modelos femeninas que finalmente fueron retratadas por Serra procedían de prisiones y reformatorios, lugares de confinamiento regidos por una jerarquía vertical en el que la agencia de las internas se reducía drásticamente, quedando muchas veces a expensas de la voluntad de sus administradores/as.
»A nuestro parecer, está por escribirse la historia del sistema penitenciario durante el Protectorado español, esa porción del “gran encierro” colonial que corresponde a la iniciativa imperial española moderna en África. Las referencias que aparecen aquí y allá en los documentos alojados en el MuEC sobre las campañas en el protectorado son escasas, aunque, junto con algunas otras referencias externas, permiten intuir un universo concentracional extenso, lo que por otra parte es coherente con la naturaleza profundamente autoritaria del dominio colonial. En su tesis doctoral sobre la prostitución en el marco del protectorado, Etxenagusia Atutxa alude a las prisiones de Tetuán y Uad Lau, donde eran trasladadas las trabajadoras sexuales marroquíes condenadas por delitos de embriaguez o por haber protagonizado o participado en peleas (2018: 336). Aunque no conocemos bien el código penal y el régimen de sanciones que se aplicaban en el protectorado, una nota tangencial en los diarios de Serra nos ayuda a comprender hasta qué punto los delitos que abocaban a las mujeres a prisiones y reformatorios de la colonia dependían de una “moral imperial” que caía, como una losa, sobre los cuerpos de sus víctimas. En Nador, el 23 de abril de 1954, y una vez más desesperado al no encontrar ninguna modelo disponible, Serra se dirigió a las autoridades para lograr un permiso y acceder a la cárcel de aquella ciudad:
“No he podido conseguir modelo. Visito otra vez al comandante de Información y consigo que me den permiso para trabajar en la cárcel. El Sr. Mendoza, director de la cárcel, muy amablemente me ofreció todas las facilidades. Visitamos primero la sección de Hombres, hay varios tipos interesantes. Luego el departamento de mujeres, hay varias que pueden servir como modelo, especialmente una, que es la que escojo. Es de una cabila cercana y está allí por embarazo ilegítimo, como la mayoría de ellas, excepto una que le llaman el cabo que está por cómplice en un crimen que sucedió hace doce años. La pena por embarazo ilegítimo oscila entre dos o tres años para las solteras y de cinco a siete para las viudas y seis las divorciadas. Por la tarde, a las tres, empiezo a modelar en una de las celdas. Al principio estoy solo con la directora de la sección de mujeres, una española muy agradable que me da toda clase de datos, luego se llena la celda de mujeres, muchas de ellas con el crío nacido en la cárcel. Finalmente, el cabo las hace despejar y termino solo hasta las seis y media” (Serra, Cuadernos de viaje, 1947-1991).
»Si hacemos caso a los argumentos que Serra recogió probablemente de boca de la directora de la sección de mujeres, la reclusión de cientos de jóvenes que cumplían condenas por embarazos “ilegítimos”, junto con las penas a las que se veían expuestas las trabajadoras sexuales, castigadas más por lo que eran que por lo que realmente habían podido hacer, el panorama punitivo del protectorado en relación con las costumbres morales parecía cebarse especialmente con el cuerpo de las colonizadas, en el punto de mira de un aparato represivo que, si no garantizaba su virtud, sí al menos hacía caer sobre ellas el peso de la justicia colonial. Las expediciones del MEC se aprovecharon claramente de esos dispositivos de confinamiento para conseguir unas modelos que les habían resultado esquivas por cualquier otro medio. En la tercera expedición, Serra y Panyella, una vez más por mediación del inefable Tomás García Figueras, tuvieron la oportunidad de acceder el 31 de diciembre de 1955 al Reformatorio Femenino Musulmán de Tetuán. Con ocasión de esa visita, la directora, Enriqueta Colomer Hernández, hizo formar a todas las jóvenes para que pudieran ser examinadas por los expedicionarios, que al parecer seleccionaron a una de ellas, “de rasgos muy acusados”, concertando el modelado, en principio, para el día siguiente. A pesar de que la directora del reformatorio se ofreció a enviarles las jóvenes seleccionadas a la dirección que ellos eligiesen (MEB L128 07 06), el escultor no debía de estar muy convencido, porque, tras visitar infructuosamente la prisión territorial en busca de otras modelos, Serra volvió al reformatorio el 2 de enero y pidió que algunas de las jóvenes volviesen a formar para tomarles unas fotografías. Finalmente, se decidió a realizar el busto de la joven que había seleccionado en la visita anterior (Serra, Cuadernos de viaje, 1947-1991). La disponibilidad de las jóvenes ante las solicitudes de los expedicionarios, era, como se ve, completa.
»Por lo que hace a los modelos masculinos, las cosas no eran muy diferentes. A pesar de algunas tentativas de contar con modelos improvisados, contactados en una obra o en las propias calles de Tetuán, todos los modelos cuyos bustos a la postre esculpió Serra procedían de soldados afiliados a las distintas unidades indígenas del Ejército español o bien de las cárceles del protectorado. De manera tangencial, Panyella dejaba caer en sus diarios alguna indicación sobre los modelos elegidos que permite identificar las unidades de pertenencia (los Tabores de Regulares, la Mehaznia, la Mehalla jalifiana…) o incluso las razones que los habían abocado a prisión: una pelea con otro recluta, un “prisionero nacionalista”, la condición de “fumador de kif”, etc. (MEB L128 07 02). Con errores y de manera incompleta, consignaba la adscripción tribal y la fracción correspondiente, en consonancia con los criterios clasificatorios que empleaba la administración del protectorado, y poco más. A través de los escuetos diarios de Serra, en cambio, advertimos que las reticencias a colaborar en el posado iban más allá del simple rechazo personal. Con ocasión de la visita a la prisión de Nador el 13 de enero de 1956, Serra recogía un comentario revelador:
“Visita a la prisión, entre las mujeres no encontramos nadie que sirva. Hay varias que conocemos del año pasado, se muestran muy contentas de vernos. Entre los hombres hay dos que seleccionamos. Parece que ha corrido la voz entre ellos de no prestarse a servir de modelo. Finalmente, y gracias a la intervención del Director, uno de ellos accede a posar” (Serra, Cuadernos de viaje, 1947-1991).
»El recurso a los centros de internamiento abiertos o mantenidos por la administración del protectorado, el uso sistemático y desacomplejado de las instituciones totales que tenían a su alcance para garantizarse la colaboración de los/as modelos que cumpliesen sus expectativas, permite sembrar dudas sobre esa lógica del pleno consentimiento de la que presumían los expedicionarios del MEC. La simple retribución de los/as modelos no da cuenta de las amenazas más o menos veladas que aquellos podían recibir, de las mil y una formas de presión que la institución podía ejercer sobre ellos/as. Si los propios expedicionarios fueron capaces de constatar la existencia de formas organizadas de resistencia a su trabajo, cabe pensar que se produjeron otras que les pudieron haber pasado desapercibidas. En un marco colonial que castigaba tan severamente toda forma de desobediencia —ya fuese voluntaria o no—, y en el que las mujeres racializadas sufrían especialmente el fervor punitivo del protectorado, beneficiarse de la reclusión forzada para llevar a cabo un proyecto con visos científicos era, inevitablemente, una forma de legitimar ese aparato represivo, presentando además la actividad científica como un procedimiento abstracto e independiente de las condiciones necesarias para su realización. Una forma de ceguera irreflexiva en el mejor de los casos, un gesto cínico y egoísta en el peor.
»No se trata únicamente de que los/as modelos se presentasen —por bien que sabemos que no fue así— como figurantes pasivos, desprovistos de toda agencia. Apenas se percibe, en la documentación que resta de las dos primeras expediciones, la voluntad de registrar correctamente sus nombres, de insuflar algo de profundidad a esos bustos inertes. Es solo con ocasión de la tercera expedición, en 1956, cuando los/as modelos se identifican con mayor precisión. Como ya se ha señalado, y al margen de los rasgos fenotípicos que justificaron su elección, el registro informal llevado a cabo por los expedicionarios apenas aportaba otros datos complementarios que pudieran ayudarnos a conocerlos, saber quiénes eran, a interesarnos por sus preocupaciones, entender qué les había llevado al lugar en el que se tropezaron con ellos. Tal vez toda esa información no resultase relevante para un escultor, pero resulta más difícil de justificar en un proyecto de antropología. Es cierto que actuar como si la barbarie del dominio colonial no afectase a las condiciones de la investigación no era, en aquel momento, una actitud en absoluto excepcional, pero que fuese un mal de muchos no comporta tampoco ninguna credencial de pertinencia científica ni vuelve incuestionables los principios éticos y políticos que inspiraron el proyecto.
»Es obvio que formar una colección en un contexto colonial como el protectorado ofreció ventajas objetivas a los expedicionarios: un entorno securitizado, la colaboración de un aparato administrativo empeñado en mostrar las bondades de su acción cultural y el tiempo y logística necesarios para acometer esa tarea de modo sistemático. También lo es que la población del territorio se hallaba sometida a un dominio colonial gestionado en su mayor parte por militares, y que, en esas condiciones, es lógico pensar que su colaboración en las iniciativas culturales auspiciadas por la administración estuviese asimismo cargada de discursos ocultos y de tácticas de evasión y resistencia. A estas alturas conocemos suficientemente los mecanismos que desencadena una situación colonial, las heridas que abre y las elipsis que la presiden, y que muchas veces se prolongan hasta nuestros días, configurando zonas de sombra, especialmente en la memoria colectiva de las antiguas metrópolis» (vegeu López Bargados, A. i Martín López, S. [2022]. Entre zocos e internados. Itinerarios y procedimientos en las expediciones del Museo Etnológico y Colonial de Barcelona al Protectorado español sobre Marruecos [1952-1956]. Ajuntament de Barcelona).
Estimación de la procedencia
Chauen (en árabe: شاون; en tarifit ⴰⵛⵛⴰⵡⵏ), Marruecos
Posibles clasificaciones alternativas
El inventario tendría que hacer referencia al hecho de que los clichés n.º 2629, 2630, 2631 y 2768, así como la pieza MEB 46-2, representan a la misma persona, y hacer constar su condición de militante anticolonial y, si se tercia, su nombre, es decir, Lahadar ben Kaddur ben Milud [sic].
En cuanto a la información museográfica sobre la pieza, habría que plasmar con más claridad la existencia de un sistema de espacios de confinamiento articulado por la administración colonial española, y cómo los expedicionarios del MEC se amparaban en él para poder llevar a cabo con éxito actividades que presentaban como puramente científicas y artísticas.
Fuentes complementarias
Archivos:
Arxiu del Museu Etnològic de Barcelona
Arxiu Panyella-Amil, caixa A7, expedient 5
MEB, L128 05 02
MEB, L128 06 07
MEB, L128 07 01
MEB L128 07 02
MEB, L128 07 06
Fundació Folch de Barcelona
Eudald Serra. Cuadernos de viaje, 1947-1991
Bibliografía:
Etxenagusia Atutxa, B. (2018). La prostitución en el Protectorado español en Marruecos (1912-1956) (tesi doctoral). Barcelona: Universitat Pompeu Fabra.
Huera, C., i Soriano, D. (1991). Escultures antropològiques d’Eudald Serra i Güell. Barcelona: Fundació Folch i Ajuntament de Barcelona.
Mathieu, J., i Maury, P. H. (2013). Bousbir, la prostitution dans le Maroc colonial: ethnographie d’un quartier reserve. París: París-Méditerranée.
Mbembe, A. (2001). On the postcolony. Berkeley: University of California Press.
Taraud, C. (2003). La prostitution coloniale. Algérie, Maroc, Tunisie (1830-1962). París: Payot.
Valderrama, F. (1956). Historia de la acción cultural de España en Marruecos, 1912-1956. Tetuan: Marroquí.