Síntesis de los resultados
Se trata de una de las «esculturas antropológicas» elaboradas por el escultor Eudald Serra en el curso de la segunda expedición que el MEB organizó a la zona norte del Protectorado español sobre Marruecos, en este caso entre el 9 de abril y el 1 de mayo de 1954. La pieza, modelada en bronce, viene acompañada de esbozos previos en barro.
Se trata, a pesar de su corta duración, de la más ambiciosa de las tres expediciones organizadas por el MEB al Protectorado. Entrando por Ceuta y Tetuán, los expedicionarios atravesaron de oeste a este toda la zona administrada por España para volver en barco desde Melilla hasta Ceuta y recalar los últimos días en Tetuán mientras Panyella preparaba los abundantes fletes que tenía que enviar, vía marítima, al puerto de Barcelona. Fue en esos últimos días, del 28 de abril al 1 de mayo, cuando el escultor Eudald Serra aprovechó para elaborar el único busto desnudo de los que conforman todas las «esculturas antropológicas» de Marruecos. De la existencia de este busto tenemos constancia, en primer lugar, por la Memoria sobre la labor realizada durante la segunda expedición a Marruecos del Museo Etnológico y Colonial de Barcelona, donde Panyella señala:
«Finalmente, al igual que en la primera expedición, ha figurado en ésta, como agregado, el escultor D. Eudaldo Serra, quien ha realizado en total 12 cabezas, un busto desnudo y una figurilla vestida, que constituyen un documento antropológico de primer orden, preciso y de equilibrado sentido artístico» (MEB_L128_06_07).
En las notas que el mismo Eudald Serra escribió sobre aquella expedición podemos recabar nueva información. En concreto, Serra sitúa entre el 28 y el 29 de abril la confección del busto, que parecería ser resultado del modelado de dos chicas diferentes, una para la cabeza y una segunda para el busto y los pechos. Serra dice:
«28/4/54: Empiezo el busto de la chica del día anterior. Trabajamos hasta las 2. Hago otra sección de 3 a 6 […]. 29/4/54: Por la mañana empleo otra chica para los hombros y pecho. De 12 a 2 viene la otra y por la tarde hasta las cinco termino el molde» (Quaderns de viatge, 1947-1951).
En cuanto a la identidad de las modelos, es difícil llegar a una conclusión definitiva. El mismo Serra ofrece un listado con los nombres y extracción tribal de sus modelos. Es bastante probable que las dos jóvenes utilizadas para elaborar la pieza 285-1 se contaran entre Fatima Hamu (cabila Beni Saïd) [sic], Nalima Mohamed Barcan (cabila Mazuza) [sic], Zafia Buchta Ali (cabila Mazuza) [sic] o Jamina Mimon Mohamed (Melilla) [sic], pero a día de hoy no disponemos de más datos que permitan aclarar de cuáles de ellas se trataba. Lo que sí es posible afirmar es que, dado que Serra tenía mucha premura por volver a Barcelona el 1 de mayo, al llegar a Tetuán contactó con las eventuales modelos que habría conocido al inicio de la segunda expedición, cuando visitó el «barrio de la Alcazaba», zona donde se localizaban varios establecimientos de prostitución, acompañado de Chaib, portero del Museo Arqueológico y verdadero ayudante de campo de los expedicionarios en las dos primeras expediciones (Serra, Quaderns de viatge, 1947-1951).
Ninguna de estas personas, no obstante, corresponde a la identificación que el catálogo de Escultures antropològiques d’Eudald Serra i Güell, editado por el Ayuntamiento de Barcelona y la Fundació Folch (1991: 37) hizo, atribuyendo a una única modelo y de nombre «Habiba Ben Bufrahi» [sic] la figura modelada. De hecho, la referencia a Habiba Ben Bufrahi no parece representada ni en las fichas del inventario general del MuEC, ni tampoco en los documentos vinculados a las expediciones hechas a Marruecos entre 1952 y 1956. Por lo tanto, creemos que se trata de una atribución errónea, causada por el hecho de que se considera que la pieza formaba parte de las esculturas modeladas en la tercera expedición, la correspondiente a 1956. La investigación llevada a cabo en este caso nos lleva a pensar que Serra empleó a dos modelos diferentes, de identificación difícil o improbable, y que el modelado se efectuó en Tetuán durante la segunda expedición, en 1954, y no en 1956.
Las fotografías tomadas por Serra en ocasión de la expedición de 1954 no han sido lo suficientemente aclaratorias para determinar nuevas circunstancias que permitieran una identificación de las modelos. Lo que sí se desprende de las notas de August Panyella es que, también en este caso, la retribución a las modelos de Serra en Tetuán fue de cincuenta pesetas (MEB_L128_06_03).
Es preciso mencionar, en este caso, que si la simple representación plástica del cuerpo femenino contravenía el sistema y las prohibiciones de género hegemónicas en Marruecos, y por extensión en el norte de África, durante la época colonial, la exhibición del busto mostrando los pechos era completamente improcedente y, como hipótesis, solo hubiera sido posible en aquellos casos en que la mujer estuviera sometida a un gran número de constricciones, como por ejemplo las derivadas del ejercicio del trabajo sexual o de la reclusión en alguna de las diversas instituciones de confinamiento de la colonia.
Reconstrucción cronológica de la procedencia
Si bien en este caso hemos podido determinar con cierta fidelidad el momento del modelado, es más difícil fijar el momento en que se efectúa la adquisición definitiva por parte del museo, y los gastos totales. Sabemos, gracias a las relaciones de gastos presentadas por el mismo Panyella, que el presupuesto de la expedición destinó 4.500 pesetas a las «esculturas antropológicas», y una relación firmada por Panyella el 5 de mayo de 1954 especifica los conceptos a los cuales se destinó dicho presupuesto: gastos de viaje, dietas de estancia y gastos de modelado y transporte del barro y yeso (MEB_L128_06_04). Sí que sabemos, no obstante, que quedaba pendiente el pago de cinco mil pesetas, previsiblemente en concepto de retribución por el encargo al mismo Serra, así como otras cinco mil pesetas destinadas a la fundición en bronce de dos de las figuras, una de las cuales, quizá, era la 285-1.
En la mencionada Memoria sobre la labor realizada durante la segunda expedición a Marruecos del Museo Etnológico y Colonial de Barcelona, Panyella tampoco aclara exactamente el momento en que se produjo la adquisición definitiva de la pieza.
Contexto de adquisición
«La joya de la corona de las actividades científicas a las que contribuían las campañas de Marruecos eran las “esculturas antropológicas” que modelaba Eudald Serra, compañero infatigable de Panyella, entre otras, en las expediciones al protectorado. Serra, un personaje cosmopolita con una larga experiencia personal en Japón y otros países asiáticos, aportaba a la expedición —al margen de otros intangibles— la excelencia de su técnica escultórica, capaz de llevar a cabo representaciones extremadamente fieles de la fisonomía humana. En un contexto en el que la captación fidedigna de los rasgos fenotípicos se consideraba de enorme utilidad para la determinación de las identidades raciales y para la configuración de una retórica frenológica, los bustos elaborados por Serra añadían un incuestionable interés artístico que hacía de ellos piezas destacadas de cualquier expedición. Panyella estaba convencido de ello, y les reservaba siempre un lugar de honor en el Palau de la Virreina, cuando mostraba a la ciudadanía una selección de las piezas adquiridas en cada nueva expedición. A juzgar por el impacto que causaron las esculturas en el entonces alcalde de Barcelona, Antonio Simarro (él mismo un veterano de Marruecos que poseía la orden de la Mehdauia, condecoración que distinguía a quienes se habían comprometido de un modo u otro con los asuntos del protectorado), impresionado hasta el punto de renovar el apoyo a la “labor escultórica del museo” y aumentar los presupuestos para la adquisición de nuevas colecciones, la atención prestada a las esculturas de Serra estaba justificada.
»Serra, que a menudo poseía una agenda propia en el marco de las expediciones —en la primera expedición, de 1952, se desplazó por ejemplo a Tánger, mientras Panyella se quedaba en Tetuán, encargado del embalaje de los bultos y demás preparativos para su retorno—, fue aumentando sus actividades escultóricas a medida que se sucedían las expediciones, en consonancia con el reconocimiento creciente que adquiría su trabajo. Así, mientras en la primera expedición solo realizó dos bustos, el número aumentó a cinco en 1954 y, finalmente, a siete nuevas esculturas en 1956. En total, y más allá de las pruebas fallidas y de los encargos destinados a otras instituciones, Serra produjo catorce “esculturas antropológicas” sobre Marruecos durante los años del protectorado. El procedimiento era lento, caro —Serra era convenientemente retribuido por cada una de ellas— y extremadamente laborioso, porque el escultor era muy exigente en su búsqueda de: “… individus ben representatius, sense mestissatges amb altres pobles”, un deseo de pureza que, al menos en el protectorado, y como veremos seguidamente, se vio complicado por la dificultad para obtener el consentimiento de los/as modelos.
En cualquier caso, las referencias al conjunto de iniciativas necesarias para la elaboración de esas esculturas ocupan numerosas páginas y fotografías en el archivo que actualmente aloja el MuEC, por lo que resulta relativamente fácil documentar las circunstancias en que aquellas se llevaron a cabo. En la memoria correspondiente a la tercera y última expedición al protectorado, en 1956, Panyella se detenía a describir alguna de esas circunstancias, poniendo cuidado en subrayar la respuesta que había dado a los eventuales problemas éticos que pudiera suscitar semejante actividad:
“La labor del escultor antropólogo de la expedición, Sr. Serra Güell, ha sido de siete cabezas de hombres y mujeres de características raciales muy acusadas. Todos los modelos han sido escogidos por nosotros entre grupos numerosos, labor facilitada por las autoridades españolas, que pusieron a nuestra disposición formaciones de marroquíes de las fuerzas armadas y la policía y de las prisiones, lugares donde es más fácil vencer la resistencia de los musulmanes a dejar reproducir su efigie en escultura, salvando la prohibición coránica que, para evitar la idolatría, prohíbe la escultura. Debemos hacer constar que en ningún caso se ha forzado el consentimiento del interesado y que a todos los modelos se les ha gratificado […]. El capítulo de las mujeres, más difícil aún, se ha salvado buscando los modelos en la cárcel, el reformatorio y las casas públicas, lo que ha permitido obtener tres esculturas seleccionadas a las que se ha dedicado mucha atención y paciente labor, comprobando uno a uno los rasgos faciales, tanto los óseos como los de las partes blandas, así como las disimetrías y pequeñas deformidades personales normales, con lo que se ha obtenido una extraordinaria fidelidad antropológica y fisiognómica, aunada a un suave soplo artístico que les da vida”.
»Merece la pena detenerse en este fragmento. Como en una ocasión señaló con lucidez Achille Mbembe, uno de los rasgos de la violencia colonial era su miniaturización, su tendencia a emerger, hasta hacerse detectable, en los detalles más pequeños, en las situaciones más concretas e incluso banales. La naturalidad con la que Panyella describía el ejercicio de esa violencia, en aras de la ciencia y el arte, es significativa, pues resaltaba en distintos planos encadenados la intensa compresión a la que se veían sometidas las sociedades colonizadas. Es cierto que la necesidad que Panyella manifestaba de subrayar el consentimiento sincero de los/as modelos denotaba precisamente que él mismo albergaba algunas dudas sobre la honestidad del proyecto. He ahí un ejemplo, si se quiere, que demuestra que el proceso mismo no se había naturalizado por completo, que existían fisuras que Panyella sólo acertaba a rellenar con una mención explícita a las gratificaciones de que eran objeto los/as modelos. En efecto, en la documentación conservada de las expediciones se acreditan una y otra vez esos pagos, las remuneraciones que recibían los/as modelos, y no parece que ninguno/a de ellos/as quedase al margen de las retribuciones. Ahora bien, que esa remuneración, por justa y cabal que pareciese en el marco salarial del protectorado, constituyese una garantía por sí misma del pleno consentimiento de los/as seleccionados/as, eso es harina de otro costal.
»De hecho, la prueba más convincente de que los/as modelos eran por lo general reacios/as a posar para Serra la encontramos en los diarios de este último, trufados de comentarios decepcionados ante la incomparecencia de tal o cual modelo apalabrado previamente. Véanse, por ejemplo, las notas del 4 de noviembre de 1952:
“Por la mañana voy en busca de modelo, encuentro una rifeña de unos 35 años […]. Fusta, el modelo que esperaba hacer, tampoco está. La muchacha de servicio del hotel, que también estaba fichada, tampoco está. Me entero que en la Mejala hay un soldado indígena rubio. Llamo al capitán Sobrino. Lo localizo en casa del teniente coronel de los Mejalas. Le pregunto si puede ayudarme en conseguir este modelo. Lo consulta con el T.C. [teniente coronel], me dice OK y que me presente al día siguiente al cuartel”.
»Alguien podría suponer que se trataba del típico error del principiante, lego en asuntos marroquíes, y que las reticencias de los/as modelos disminuirían a medida que Panyella y Serra adquirían las necesarias competencias culturales. Pero no fue así. En la tercera expedición, el 18 de enero de 1956, las cosas no parecían haber mejorado:
“Por la mañana no viene, por la tarde intento localizarla, pide 200 pesetas para quedarse el resto del día. Considero que es una mala pasada, y que no vale la pena continuar”.
»Podemos, como hacía constantemente Panyella, invocar reglas culturales inmanentes y aceptar que: “… la mayor dificultad estriba en la extraordinaria prevención musulmana a que el cristiano entre en su hogar, y especialmente a que vea las mujeres”. De hecho, esa era la razón que los expedicionarios aducían para decantarse, desde su primera estancia en Tetuán, por contactar con mujeres de mala vida en sus periódicas visitas al barrio moro. Así, el 14 de octubre de 1952, al día siguiente de su aterrizaje en la capital del protectorado, Panyella consignaba en su diario de campo algunas observaciones significativas sobre el barrio chino tetuaní:
“Casas distintas del barrio comercial. Tabernas prostíbulos […]. Uno de ellos con una ventana en el piso alto por la que solo puede asomarse la cabeza. Al pie, en la puerta, una cabileña —rifeña— tatuada, al observar nuestras miradas, se baja el vestido sin mangas, debajo del que no llevaba nada, mostrándonos los senos firmes y tatuados. Rehúsa que se le haga una foto. Hay muchas españolas también dedicadas, y algunas judías”.
»Como en el caso del Protectorado francés vecino —donde en Casablanca se llegó a convertir todo el barrio de Bousbir en un gigantesco prostíbulo, una auténtica zona de internamiento—, las autoridades del Protectorado español habían intentado vanamente controlar el trabajo sexual. La combinación de la abolición de la esclavitud a inicios del siglo XX y el desarraigo y miseria provocados por el cataclismo de la ocupación colonial había abocado a numerosas mujeres al trabajo sexual en las ciudades o junto a las guarniciones militares. Esa explosión incontrolada de la prostitución constituía un problema sanitario y de orden público para la administración, tanto por la expansión de las enfermedades de transmisión sexual entre la tropa como por la frecuencia e intensidad de las peleas que tenían lugar en las casas de lenocinio, donde el trabajo sexual se mezclaba a menudo con el consumo excesivo de alcohol. En Tetuán, la administración española había tratado por su parte de prohibir el ejercicio de la prostitución en el espacio público y confinarlo en ciertos barrios, como el de Al-Saniya (o Sania), junto a la kasbah, o en áreas periféricas como Selaui, mientras una orden emitida justamente en 1952 aumentaba a doce los prostíbulos oficiales de la ciudad, con la esperanza de someterlos a control. Como decimos, esa voluntad de control fue en vano, porque el trabajo sexual campó a sus anchas, aunque fuera de manera discreta y en cierto modo clandestina, en bares y cafés que se hallaban al margen de los barrios indicados. En el marco del Protectorado español, y de modo parecido a como sucedía en el resto de las colonias norteafricanas, el ejercicio y gestión de la prostitución permitía vislumbrar una “impactante radiografía de la situación colonial” que experimentaba las tensiones provocadas por “una combinación insólita y explosiva de racialismo, capitalismo y moralismo”.
»Ahora bien, en el caso de las campañas del MEC al protectorado, la decisión de visitar las casas públicas a la búsqueda de modelos femeninas que se prestasen a posar para Serra no fue una feliz casualidad descubierta ante las reiteradas negativas de otras candidatas carentes del estigma de las trabajadoras sexuales, ni tampoco una solución de compromiso escogida de modo improvisado. Existían, evidentemente, reticencias de parte de las mujeres contactadas a ser retratadas por el escultor español, pero atribuir esa resistencia únicamente al celoso código del honor marroquí supone encubrir la compleja situación ante la que se veían las mujeres que recibían la oferta de los expedicionarios, el marco colonial en que tenían lugar esas interacciones, en condiciones de profunda desigualdad estructural. Desconocemos si Serra había acumulado experiencia previa al respecto en su largo periplo asiático, pero, al menos en el caso de las expediciones al protectorado, el recurso a las trabajadoras sexuales como modelos fue sistemático y deliberado, y se produjo a lo largo de las tres campañas, en todas las ocasiones en que eso fue posible. En diciembre de 1955, con ocasión de la tercera expedición, y recién llegados a Tetuán, Panyella y Serra se fueron una vez más de visita al “barrio de la kasbah” (La Sania, con toda probabilidad), para tomar “un te [sic] con las chicas de la casa que las tiene mejores [e iniciaron] la contrata de una de ellas, de rasgos algo negroides”.
»Quien refiere de forma más explícita esos encuentros en los prostíbulos, el auténtico pase de revista que hacían los expedicionarios, examinando los rasgos de las posibles candidatas a la búsqueda de la tipología racial adecuada, es el propio Serra, lacónico y pragmático, quien en sus diarios describía cómo, asqueado de no dar con las modelos adecuadas entre las jóvenes que le presentaba Maimon, el ordenanza del Museo Arqueológico, salía a la calle para recorrer el barrio de la kasbah, a la caza de una joven dispuesta a posar. Una nueva alusión al tema en sus diarios, esta vez con ocasión de la visita que realizaron a Xauen el 5 de enero de 1956, revela que esas visitas no se circunscribían al barrio de la Sania:
“Acompañados por el Sr. Adolfo [?] visitamos las cuatro o cinco casas de prostitución en busca de modelo. Solo una sirve, y es de la zona de Arcila (Atlántico) […]. Las muchachas, en general, intocables. Instalo mi taller en la intervención, en el despacho del topógrafo. Ventanas altas y buena luz”.
»Sea como fuere, el recurso a las trabajadoras sexuales estaba plagado de inconvenientes, y aunque los expedicionarios lo explotaron a conciencia, son frecuentes las muestras de decepción tanto de Panyella como de Serra al respecto. Una de estas, tal vez, nos aclara sobre el sentido y circunstancias que explican ese sentimiento constante de frustración. En la expedición de 1956, Panyella dirigía una carta a Inocencio Recio Ferreras, quien previsiblemente trabajaba en la Intervención de Alhucemas, excusándose por no haberse despedido de manera conveniente de él:
“Le ruego nos disculpe por habernos marchado sin despedirnos, pero ello fue debido a una decisión repentina al no querer aceptar una mala jugada que nos hizo la dueña de la casa, que sin querer recibirnos nos pedía una cantidad cuádruple a la que se paga en España por la modelo que nos prestaba. No nos parecía discreto reclamar ni entablar discusión, de manera que deshicimos el trabajo hecho por la mañana y salimos a las tres de la madrugada”.
»En definitiva, se trataba de un problema de disciplina. Por bien que abocadas a una actividad estigmatizada, y en situación de enorme vulnerabilidad ante las extralimitaciones de los eventuales clientes, militares en su mayor parte, las trabajadoras sexuales —en realidad, las responsables de los prostíbulos— disponían pese a todo de suficiente margen de maniobra como para rechazar las ofertas de los expedicionarios, para tratar de imponer sus propias condiciones en una negociación que, por lo general, no era bien recibida por aquellos. No había, por encima de ellas, una autoridad que les obligase a acatar decisiones negociadas a sus espaldas. Es por ello que la mayor parte de las modelos femeninas que finalmente fueron retratadas por Serra procedían de prisiones y reformatorios, lugares de confinamiento regidos por una jerarquía vertical en el que la agencia de las internas se reducía drásticamente, quedando muchas veces a expensas de la voluntad de sus administradores/as.
»A nuestro parecer, está por escribirse la historia del sistema penitenciario durante el Protectorado español, esa porción del “gran encierro” colonial que corresponde a la iniciativa imperial española moderna en África. Las referencias que aparecen aquí y allá en los documentos alojados en el MuEC sobre las campañas en el protectorado son escasas, aunque, junto con algunas otras referencias externas, permiten intuir un universo concentracional extenso, lo que por otra parte es coherente con la naturaleza profundamente autoritaria del dominio colonial. En su tesis doctoral sobre la prostitución en el marco del protectorado, Etxenagusia Atutxa alude a las prisiones de Tetuán y Uad Lau, donde eran trasladadas las trabajadoras sexuales marroquíes condenadas por delitos de embriaguez o por haber protagonizado o participado en peleas. Aunque no conocemos bien el código penal y el régimen de sanciones que se aplicaban en el protectorado, una nota tangencial en los diarios de Serra nos ayuda a comprender hasta qué punto los delitos que abocaban a las mujeres a prisiones y reformatorios de la colonia dependían de una “moral imperial” que caía, como una losa, sobre los cuerpos de sus víctimas. En Nador, el 23 de abril de 1954, y una vez más desesperado al no encontrar ninguna modelo disponible, Serra se dirigió a las autoridades para lograr un permiso y acceder a la cárcel de aquella ciudad:
“No he podido conseguir modelo. Visito otra vez al comandante de Información y consigo que me den permiso para trabajar en la cárcel. El Sr. Mendoza, director de la cárcel, muy amablemente me ofreció todas las facilidades. Visitamos primero la sección de Hombres, hay varios tipos interesantes. Luego el departamento de mujeres, hay varias que pueden servir como modelo, especialmente una, que es la que escojo. Es de una cabila cercana y está allí por embarazo ilegítimo, como la mayoría de ellas, excepto una que le llaman el cabo que está por cómplice en un crimen que sucedió hace doce años. La pena por embarazo ilegítimo oscila entre dos o tres años para las solteras y de cinco a siete para las viudas y seis las divorciadas. Por la tarde, a las tres, empiezo a modelar en una de las celdas. Al principio estoy solo con la directora de la sección de mujeres, una española muy agradable que me da toda clase de datos, luego se llena la celda de mujeres, muchas de ellas con el crío nacido en la cárcel. Finalmente, el cabo las hace despejar y termino solo hasta las seis y media”.
»Si hacemos caso a los argumentos que Serra recogió probablemente de boca de la directora de la sección de mujeres, la reclusión de cientos de jóvenes que cumplían condenas por embarazos “ilegítimos”, junto con las penas a las que se veían expuestas las trabajadoras sexuales, castigadas más por lo que eran que por lo que realmente habían podido hacer, el panorama punitivo del protectorado en relación con las costumbres morales parecía cebarse especialmente con el cuerpo de las colonizadas, en el punto de mira de un aparato represivo que, si no garantizaba su virtud, sí al menos hacía caer sobre ellas el peso de la justicia colonial. Las expediciones del MEC se aprovecharon claramente de esos dispositivos de confinamiento para conseguir unas modelos que les habían resultado esquivas por cualquier otro medio. En la tercera expedición, Serra y Panyella, una vez más por mediación del inefable Tomás García Figueras, tuvieron la oportunidad de acceder el 31 de diciembre de 1955 al Reformatorio Femenino Musulmán de Tetuán. Con ocasión de esa visita, la directora, Enriqueta Colomer Hernández, hizo formar a todas las jóvenes para que pudieran ser examinadas por los expedicionarios, que al parecer seleccionaron a una de ellas, “de rasgos muy acusados”, concertando el modelado, en principio, para el día siguiente. A pesar de que la directora del reformatorio se ofreció a enviarles las jóvenes seleccionadas a la dirección que ellos eligiesen, el escultor no debía de estar muy convencido, porque, tras visitar infructuosamente la prisión territorial en busca de otras modelos, Serra volvió al reformatorio el 2 de enero y pidió que algunas de las jóvenes volviesen a formar para tomarles unas fotografías. Finalmente, se decidió a realizar el busto de la joven que había seleccionado en la visita anterior. La disponibilidad de las jóvenes ante las solicitudes de los expedicionarios, era, como se ve, completa» (vegeu López Bargados, A. i Martín López, S. [2022]. Entre zocos e internados. Itinerarios y procedimientos en las expediciones del Museo Etnológico y Colonial de Barcelona al Protectorado español sobre Marruecos [1952-1956]. Ajuntament de Barcelona).
Estimación de la procedencia
Tetuán, Marruecos, 1954.
Posibles clasificaciones alternativas
Hay que mencionar lo que parece un error de atribución en el esbozo en barro de la pieza 285-1, que es 285-1 bis. En el inventario del museo sobre las «esculturas antropológicas» de Eudald Serra, aparece «Persia» como lugar de procedencia de la pieza, lo que es incongruente con la identificación de la pieza 285-1 (de la cual es un esbozo) como una escultura hecha en la segunda expedición a la zona norte del Protectorado español sobre Marruecos.
Fuentes complementarias
Archivos:
Arxiu del Museu Etnològic de Barcelona
Arxiu Panyella-Amil, caixa A7 expedient 5
L128 05 02
L128 05 04
L128 06 07
L128 07 01
L128 07 02
L128 07 06
Fundació Folch de Barcelona
Eudald Serra. Cuadernos de viaje, 1947-1991
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