Síntesis de los resultados
La primera noticia que se tiene de esta pieza se encuentra en el registro antiguo de la Biblioteca Museo Víctor Balaguer, donde se describe como «anito, figura humana, de madera amarillenta, sentada en el suelo con los brazos plegados sobre las rodillas». Sin embargo, la categorización actual de la pieza en la BMVB la define como «Divinidad protectora del arroz (Bul-ul)».
El objeto en cuestión es un bulul o bulol, una figura tallada y consagrada de gran importancia para la cultura ifugao de las montañas de la Cordillera, en Luzón, Filipinas. Estas figuras están generalmente hechas de madera de narra, ipil o molave y representan a los antepasados difuntos. Los bululs se asocian a las prácticas agrícolas de los ifugao, especialmente al cultivo de arroz, y se consideran protectores de las cosechas. Aunque existen variaciones en su forma y estilo según la región de Ifugao de donde provienen, este bulul podría proceder de la zona central, alrededor de Banaue, dado su diseño y características.
En la segunda sección de la Exposición General de las Islas Filipinas en Madrid en 1887, las subcomisiones provinciales de Bontoc, Tiangan, Lepanto y Nueva España, junto con la Comisión Central de Manila presentaron, entre otros objetos, tallas de madera tanto de contenido espiritual (bulol) como de diferentes tipos humanos igorrotes que fueron mostradas como anitos.
Las tallas de madera del norte de Luzón han sido habitualmente catalogadas por museos europeos en la categoría de anitos. Este término fue utilizado por los colonizadores españoles para referirse de manera genérica a las representaciones religiosas de los pueblos igorrotes y otras etnias filipinas, basándose en la percepción eurocéntrica y cristiana que consideraba las religiones indígenas como primitivas y supersticiosas.
La categorización de estas figuras como anitos era una simplificación que no reflejaba la verdadera complejidad de las creencias locales. Antropólogos como Albert Ernest Jenks describieron el término «anito» en contextos filipinos como una referencia a los espíritus de los ancestros, más que a figuras físicas específicas. Aun así, en las exposiciones europeas, estas tallas se presentaban como meras curiosidades etnográficas sin una explicación adecuada.
Víctor Balaguer, destacado político e intelectual catalán, tuvo un papel fundamental en la organización de la exposición de Madrid. Como ministro de Ultramar y fundador de la Biblioteca Museo Víctor Balaguer, Balaguer fue uno de los principales impulsores de la recopilación y exhibición de artefactos coloniales. La correspondencia de Balaguer y el Butlletí de la BMVB mencionan el envío de objetos a Vilanova después de la exposición. Entre octubre de 1887 y febrero de 1888, se registraron donaciones procedentes de dicha muestra, aunque algunos objetos no aparecieron en las publicaciones del museo. Balaguer facilitó la transferencia de estos objetos a Vilanova, consolidando su papel como promotor clave de la difusión cultural y del legado filipino en Europa.
La recolección de objetos para la exposición se organizó mediante un sistema centralizado en Manila, con ramificaciones provinciales y locales. Las juntas locales, compuestas por miembros de las élites indígenas, recogían los objetos en el terreno y los enviaban a subcomisiones provinciales, que después los remitían a Manila para su transporte a España. Este proceso reflejaba la estructura social y administrativa de la época, en que las autoridades coloniales y el clero jugaban un papel importante.
La exposición incluyó una amplia gama de artefactos destinados a proporcionar una visión entendible de la vida y cultura filipinas. Sin embargo, las descripciones y la contextualización de estos objetos fueron a menudo insuficientes, lo cual limitó la comprensión del público sobre la verdadera complejidad cultural y religiosa de las Filipinas.
La Exposición General de las Islas Filipinas de 1887 tuvo un impacto significativo en la percepción pública y la política colonial española. Fue un intento de reafirmar el control colonial y demostrar el conocimiento y dominio español sobre las Filipinas. La inclusión de un zoológico humano, donde se exhibió a personas de las regiones más resistentes al dominio español, reflejaba la necesidad de justificar la presencia y acciones coloniales. La llegada de la pieza hasta Vilanova y su posterior exhibición simbolizan el legado y las contradicciones del colonialismo español, así como el interés por documentar y preservar culturas que fueron alteradas y reinterpretadas bajo un prisma colonial.
Reconstrucción cronológica de la procedencia
La primera noticia que encontramos de esta pieza está en el registro antiguo de la Biblioteca Museo Víctor Balaguer. Esta pieza se describe como «anito, figura humana, de madera amarillenta, sentada en el suelo con los brazos plegados sobre las rodillas».
Las tallas de madera del norte de la isla de Luzón suelen ser catalogadas por las instituciones museísticas europeas como anitos. Tanto en la Biblioteca Museo Víctor Balaguer como en otros museos estatales (Museo Nacional de Antropología de Madrid, Museo Oriental de Valladolid y Museo Etnológico y de Culturas del Mundo de Barcelona) y europeos (British Museum de Londres y Museum of Ethnography de Estocolmo), encontramos tallas de madera fabricadas en el norte de la isla de Luzón bajo esta misma categoría.
Durante la época colonial, los españoles consideraban las religiones de los pueblos igorrotes, así como otras religiones indígenas presentes en Filipinas, como inferiores, primitivas y paganas. Este enfoque se basaba en una cosmovisión eurocéntrica y cristiana que veía las creencias y prácticas religiosas indígenas como supersticiones que debían ser erradicadas o reemplazadas por el cristianismo. Esto también afectó a la categorización de sus representaciones. En el Catálogo de la Exposición General de Filipinas de Madrid, al describir las creencias religiosas de los pueblos igorrotes, se dice:
«Tienen idea de un Ser Supremo y varias divinidades secundarias, sobre todo, los anitos, espíritus buenos ó malos que premian ó castigan á los hombres, y que suelen representar por groseros idolillos de madera» (Catálogo: 115).
Según Albert Ernest Jenks, antropólogo norteamericano que realizó una etnografía entre los bontok durante el año 1902, «anito» es «the general name for the soul of the dead» (Jenks, 1905: 196). El autor constata esta presencia como una fuerza social activa entre los bontok, explicando que todas las lesiones, accidentes, enfermedades y muertes se consideraban producto directo de estas entidades y describe la forma en que eran extraídas de los cuerpos enfermos por personas especializadas —Jenks utiliza la palabra «chamán»—. Justo es decir, no obstante, que no hay referencia a ninguna figura que designada con este nombre en el texto, y en todo el libro solo encontraremos una fotografía con un pie que dice: «Anito head post in a ko’-mis». Pérez afirma que los pobladores de Tutucan, asentamiento en el nordeste del entonces distrito de Bontoc «son más aficionados que los de otras [rancherías] a poner en las puertas de sus graneros de palay y en las sementeras, toscas estatuas de madera llamadas anitos» (Pérez, 1902: 220), pero en ningún momento habla del hecho de que estas figuras lucieran vestimentas ni ningún tipo de accesorio. A pesar de que probablemente sea cierto que determinadas estatuas eran identificadas como anitos por algunos de los habitantes de la Cordillera, no creemos que este fuera el caso de los artefactos que hoy en día se custodian bajo esta categorización en la Biblioteca Museo Víctor Balaguer de Vilanova i la Geltrú. En este sentido, la categorización actual de la presente pieza como «Divinidad protectora del arroz (Bul-ul)» es menos problemática que la del registro antiguo.
El bulul (también bulol) es una figura tallada y consagrada de gran importancia para la cultura ifugao de las montañas de la Cordillera, en Luzón, Filipinas. Estas figuras, generalmente hechas de madera de narra, ipil o molave, representan a los antepasados difuntos y se crean por parejas. Aunque los bululs son figuras esenciales en la tradición ifugao, pueden ser difíciles de diferenciar por el género, puesto que los detalles anatómicos, como los genitales, no suelen estar claramente tallados. Las figuras bulul están intrínsecamente ligadas a las prácticas agrícolas de los ifugao, especialmente al cultivo del arroz, que es la base de su subsistencia. Los bululs son considerados protectores de las cosechas de arroz y se cree que salvaguardan el grano de plagas y robos. Se almacenan en los graneros y, en ocasiones especiales, se adornan con joyas reales o cuentas de colores. Los bululs son más que simples ídolos; son una manifestación tangible de la devoción ifugao hacia sus creencias religiosas y sus formas de vida. Los bululs presentan variaciones en su forma y estilo según su origen geográfico dentro de la región de Ifugao (Dancel, 1989: 3). Estas diferencias en la representación no solo reflejan el talento artístico y las tradiciones locales, sino también la función ceremonial y simbólica de las figuras:
Los bululs de Hapao-Hunduan suelen estar en posición erguida, con las manos tocando o cubriendo las rodillas. Esta postura es característica de las figuras provenientes de la región occidental de Ifugao.
Los bululs de Kambulu-Batad son conocidos por estar en posición sedente. Están tallados finamente y, en ocasiones, presentan detalles como ojos y bocas hechos de conchas de cauri. Esta atención al detalle sugiere un nivel más alto de habilidad artística en el norte de Ifugao.
Los bululs de Kababuyan, Banaue, Hingyon y Mumpolya pueden estar en posición sedente o erguida y presentan una expresión mixta. A menudo tienen características faciales europeas, cosa que indica una influencia o un estilo diferente dentro de la región central.
Los bululs de Kiangan, en el sur de Ifugao, se caracterizan por estar en posición erguida, con las manos extendidas paralelas a las piernas. Se distinguen por una talla más rudimentaria, cosa que sugiere un enfoque más funcional que estético en su creación.

Bululs, figures tallades i consagrada de gran importància en la cultura ifugao a la segona secció de l’Exposició General de les Illes Filipines a Madrid el 1887.
Las variaciones en la postura y en los detalles faciales de los bululs no solo indican su procedencia regional, sino que también reflejan la diversidad cultural dentro de la comunidad ifugao. Cada tipo de bulul tiene su propio significado y propósito en los rituales agrícolas y ceremoniales, siendo una representación del vínculo entre los ifugao, sus antepasados y sus deidades agrícolas. La pieza objeto de estudio —según las categorizaciones de la investigadora Dancel, del Museo Nacional de Filipinas— podría proceder de la zona central de Ifugao, alrededor de Banaue.
Hubo cinco organismos y un coleccionista particular que presentaron figuras de talla procedentes del norte de Luzón: la Comisión Central de Manila y las subcomisiones provinciales de Bontoc, Tiangan, Lepanto y Nueva España. En cuanto al coleccionista privado, se trataba del militar José Coronado Ladrón de Guevara (véase más información en los informes del MuEC). El artefacto MBVB-2526 probablemente estuviera entre los diferentes anitos exhibidos en el grupo 21, en la sección segunda de la exposición titulada «Población», y enviados por las susodichas subcomisiones.
Sea como fuere, en el caso de los bululs, por su componente espiritual, parece improbable que fueran realizados de manera seriada como otras figuras de talla de tipos humanos igorrotes exhibidas en la misma sección, lo cual no impide que fueran encargados ex profeso para la exposición. La denominación elegida por los expositores de la muestra podría haber sido vehiculada por la intención de alimentar la curiosidad colonial por las religiones exóticas, y podría haber sido diseñada para cumplir con las expectativas de los asistentes a la exhibición, ofreciendo una visión exotizada de los pueblos del norte de Luzón.
La sección segunda de la exposición de Madrid había sido ideada, en un principio, como una especie de muestreo de trajes y de objetos domésticos empleados por los diferentes sectores que integraban la sociedad filipina del momento —incluyendo a los europeos que vivían en el archipiélago—. Pero, una vez inaugurado el acontecimiento, aparece como una sección eminentemente «etnográfica», de acuerdo con el sentido decimonónico del término (Sánchez Gómez; 46). Si bien el objetivo explícito de los organizadores de la exhibición, en cuanto a esta sección segunda, era el de ofrecer a los visitantes peninsulares un acercamiento a la vida cotidiana de los nativos filipinos —«Al visitar esta sección, los que no conozcan el Archipiélago, pueden formarse un juicio completo del modo de ser social y político de sus habitantes, [ya] que de ningún modo se estudia mejor el carácter y los hábitos de un pueblo, que poniéndose en contacto con cuanto le rodea en las manifestaciones íntimas de la vida» (Catálogo: 243)—, debe tenerse en cuenta que en el momento en que nos encontramos la percepción de que la posesión de la colonia peligra está en aumento, puesto que otras potencias imperiales manifiestan un interés cada vez mayor en expandir su influencia en esta región del Pacífico.
Las tensiones geopolíticas, especialmente tras el conflicto hispanoalemán de 1885 por las islas Carolinas, evidenciaban la fragilidad de la posición española en Filipinas y la necesidad urgente de reforzar la presencia colonial en la región (Sánchez Gómez: 35). Así, la celebración de la Exposición General de las Islas Filipinas pretendía afirmar públicamente la presencia e influencia españolas en sus posesiones asiáticas, así como demostrar —o, al menos, performar— que la administración española había logrado un conocimiento exhaustivo y un dominio sobre el territorio que administraba y sobre sus pobladores. Como eje central de esta demostración de poder se constituyó un zoológico humano en que fueron exhibidas cerca de cuarenta personas nativas de ambos extremos (norte y sur) del archipiélago filipino. No es casualidad que las personas que participaron en este zoológico lo hicieran sin excepciones como representantes de aquellos grupos que más enconadamente habían defendido su independencia: los procesos de alterización de los pueblos igorrotes entroncan con la necesidad colonial de habilitar un sentido común que presentara a los sujetos bajo acoso militar como merecedores del trato que recibían, fomentando una noción de salvajismo.
La llegada de esta pieza a Vilanova se debe al fundador de la BMVB, Víctor Balaguer. Víctor Balaguer i Cirera (1824-1901) fue un político, escritor, periodista e historiador catalán. En el año 1884 inauguró en Vilanova i la Geltrú la Biblioteca Museo Víctor Balaguer que devino una institución que ofrecía servicios de biblioteca, hemeroteca, museo y centro de enseñanza. Balaguer fue ministro de Ultramar en un tercer mandato (del 10 de octubre de 1886 al 14 de junio de 1888), impulsando importantes reformas en política arancelaria, de obras públicas y de transportes y comunicaciones. Balaguer también promovió la creación del Museo Biblioteca de Ultramar, en Madrid —que él mismo dirigió hasta su fallecimiento— y el Museo Biblioteca de Filipinas, en Manila. Paralelamente, Balaguer fue el verdadero artífice de la organización de la Exposición General de las Islas Filipinas, celebrada del 30 de junio al 30 de octubre de 1887, en el parque del Retiro de Madrid.
En el Butlletí de la BMVB de juliol de 1887, página 5, la gran noticia es la inauguración de la exposición por parte de Víctor Balaguer, bajo los auspicios de la reina regente. Al final de la noticia, aparece un párrafo independiente que explica:
«Por conducto fidedigno hemos sabido que muchos de los objetos que figuran en la exposición de productos filipinos, actualmente abierta en Madrid, serán cedidos por sus dueños a esta Institución, para dar con ello una prueba de deferencia y gratitud al fundador de la biblioteca museo, actualmente ministro de Ultramar, a quien se debe la realización de tan importante certamen».
Balaguer solicitó duplicados de obras directamente a Filipinas, como el mapa etnográfico de Mindanao enviado de allí a Vilanova (Oliva, 1887: 1). La correspondencia de Balaguer y el boletín también mencionan el envío de objetos hasta Vilanova después de la exposición. Entre octubre de 1887 y febrero de 1888 se registraron donaciones provenientes de la muestra, a pesar de que algunos objetos no aparecen en las publicaciones del museo. El boletín mensual y la correspondencia entre Balaguer y Joan Oliva proporcionan valiosa información sobre las adquisiciones, cosa que permite identificar a donantes que cuestionan los inventarios de la BMVB. La fiabilidad de los inventarios de la colección filipina es cuestionable, en la medida en que se encuentran numerosos errores de datación, definición o catalogación. En las bases de la organización de la exposición, además, había un artículo que establecía que, si tras el cierre de la exposición quedaban objetos sin reclamar, serían dados a beneficencia.
La Exposición General de las Islas Filipinas celebrada en Madrid en 1887 tuvo un notable impacto en la percepción pública y en la política colonial española. Esta muestra no solo sirvió para comunicar los éxitos militares en Filipinas, sino que también facilitó la integración y difusión de material exótico de las colonias, como armamento y artefactos culturales, en el contexto europeo. Tanto es así que se exhibieron objetos procedentes de otras colonias españolas, no solo de Filipinas. En la sección adicional de la exposición hubo dos expositores que así lo hicieron. Por un lado, el Museo Arqueológico Nacional, presentó una nutrida colección de objetos procedentes del extinguido Museo Ultramarino, mayoritariamente de Filipinas, a pesar de que también incluía objetos de Puerto Rico (Catálogo: 636) y Fernando Poo (Catálogo: 642 y 644). Por otro lado, el Museo de Artillería, entre sus extensas colecciones de armas, presentó numerosos objetos de las islas Carolinas, que formaban parte de las Indias Orientales Españolas.
La selección de objetos para la exposición incluyó una amplia gama de artículos que iban desde artefactos etnográficos, modelos de embarcaciones y de viviendas, hasta muestras de textiles, adornos personales, armas y piezas de arte religioso. Dichos objetos estaban destinados a proporcionar una visión comprensible de la vida y cultura filipinas, así como de la presencia colonial española en el archipiélago. Sin embargo, las descripciones y la contextualización de estos objetos fueron a menudo insuficientes, lo cual limitó el entendimiento del público de la verdadera complejidad cultural y religiosa de Filipinas.
Estimación de la procedencia
El objeto en cuestión es un bulul o bulol, una figura tallada y consagrada de gran importancia para la cultura ifugao de las montañas de la Cordillera, en Luzón, Filipinas. Estas figuras están generalmente hechas de madera de narra, ipil o molave y representan a los antepasados difuntos. Los bululs están asociados con las prácticas agrícolas de los ifugao, especialmente con el cultivo del arroz, y se consideran protectores de las cosechas. Aunque existen variaciones en su forma y estilo según la región de Ifugao de donde provienen, este bulul podría proceder de la zona central de Ifugao, alrededor de Banaue, dado su diseño y características.
La primera mención de esta pieza se encuentra en el registro antiguo de la Biblioteca Museo Víctor Balaguer (BMVB), donde se describe como «anito, figura humana, de madera amarillenta, sentada en el suelo con los brazos plegados sobre las rodillas». Las tallas de madera del norte de Luzón han sido tradicionalmente catalogadas por instituciones museísticas europeas como anitos, un término utilizado por los españoles para describir las representaciones religiosas de los igorrotes y otros pueblos indígenas durante la época colonial.
Durante la Exposición General de las Islas Filipinas celebrada en Madrid en 1887, varios organismos y un coleccionista privado presentaron figuras de talla procedentes del norte de Luzón. Entre los expositores estaban la Comisión Central de Manila y las subcomisiones provinciales de Bontoc, Tiangan, Lepanto y Nueva España, así como el coleccionista privado José Coronado Ladrón de Guevara. Es probable que el artefacto MBVB-2526 formara parte de los anitos exhibidos en el grupo 21 y enviados por dichas subcomisiones a la sección segunda de la exposición, dedicada a la «Población».
Víctor Balaguer, fundador de la Biblioteca Museo Víctor Balaguer y ministro de Ultramar en el momento de la exposición, jugó un papel crucial en la organización del acontecimiento y en la transferencia de objetos a Vilanova. Según los registros de la BMVB, muchos objetos de la exposición fueron cedidos a la institución como muestra de deferencia y gratitud hacia Balaguer. Su interés por integrar material exótico de las colonias en el contexto europeo se evidenció en la solicitud de duplicados de obras directamente desde Filipinas y en las donaciones registradas entre octubre de 1887 y febrero de 1888.
La denominación inicial de «anito» para el bulul podría haber sido influenciada por la intención de los expositores de alimentar la curiosidad colonial por las religiones exóticas, mostrando una visión exotizada de los pueblos del norte de Luzón. La Exposición General de las Islas Filipinas no solo sirvió para mostrar los éxitos militares y culturales en Filipinas, sino también para afirmar la presencia española en la región, en un contexto de tensiones geopolíticas y creciente interés de otras potencias imperiales en el Pacífico. La inclusión del bulul en la BMVB como «Divinidad protectora del arroz» refleja un reconocimiento más preciso de su importancia cultural y religiosa en la tradición ifugao.
Posibles clasificaciones alternativas
De manera general, hace falta una revisión del inventario del museo que sea capaz de reconstruir y contextualizar —correctamente— tanto la fecha de ingreso como la procedencia de la pieza. En primer lugar, sabemos que la fecha de ingreso que consta en el inventario del museo (1884) es incorrecta dado que la pieza proviene de la Exposición General de las Islas filipinas celebrada en 1887. Por lo tanto, podemos suponer que la fecha de ingreso correcta de esta pieza es 1887.
Fuentes complementarias
Dancel, M. M. (1989). The Ifugao wooden idol. SPAFA Digest, 10(1), 3-5.
Exposición General de las Islas Filipinas (1887). Catálogo de la exposición general de las Islas Filipinas celebrada en Madrid… el 30 de junio de 1887. Signatura: AHM/633416. Madrid: Biblioteca Nacional de España.
Fernández Palacios, J. M. (2024). La crisis de las islas Carolinas de 1885 analizada desde Filipinas. Ayer. Revista de Historia Contemporánea, 134(2), 169-193. <https://www.revistasmarcialpons.es/revistaayer/article/view/fernandez-la-crisis-de-las-islas-carolinas-de-1885/2631>.
Jenks, A. E. (1905). The Bontoc Igorot. Manila: Bureau of Public Printing. <https://www.gutenberg.org/ebooks/3308>.
La Ilustración. Revista Hispanoamericana (1887). Any 8, (360). Barcelona: Luis Tasso.
Oliva, J. (1887). Carta manuscrita de Joan Oliva a Víctor Balaguer. Fons epistolari de Joan Oliva, signatura Oliva/475. Vilanova i la Geltrú: Biblioteca Víctor Balaguer.
Pérez, Á. (1902). Igorrotes: Estudio geográfico y etnográfico sobre algunos distritos del norte de Luzón. Imp. de «El Mercantil».
Ruiz Gutiérrez, A. (2012). Arte indígena del norte de Filipinas: Los grupos étnicos de la Cordillera de Luzón. Granada: Atrio.
Sánchez Gómez, L. Á. (2003). Un imperio en la vitrina: El colonialismo español en el Pacífico y la Exposición de Filipinas de 1887. Madrid: CSIC Press.
Taviel de Andrade, E. (1887). Historia de la Exposición de las Islas Filipinas en Madrid en 1887 (2 vol.). Madrid: Imprenta de Uliano Gómez y Pérez.